Al subir al escenario, una amalgama de emociones inundó mi ser. Mi corazón latía desbocado, ansioso por
la adrenalina que recorría mis venas. La excitación se apoderaba de mí, mientras contemplaba las luces
brillantes que iluminaban el escenario, creando un aura mágica que envolvía cada rincón. El escenario se
convirtió en mi lienzo y yo en la protagonista de mi propia historia. En ese instante, todo se fundía en
un estado de éxtasis.
El escenario se convertía en un santuario donde mis emociones fluían libremente y podía expresar quien
era, en lo más profundo de mi ser. No existe sensación más maravillosa que compartir mi energía en esos
momentos, que me vean como soy… desbordada, bipolar, loca y así. Nunca dejó de ser yo.